Hoy el oviedismo (entre los que me incluyo), ha vivido un nuevo revés en su historia. Tras varios años de travesía en el desierto de los campos embarrados, de las gradas sin asientos, de partidos contra poblaciones con menos habitantes que cualquier barrio de la capital, el Real Oviedo volvía a encarar la posibilidad de volver al fútbol profesional. Una esperanza nacía y de la misma forma en la que llegó, se fue. Hoy el equipo caía ante el Pontevedra en su estadio y decía adiós a esta opción esperanzadora de ascenso.
Se hace duro el ver cómo unos directivos horrendos guían al club hacia su autodestrucción, mientras una afición de primera división le sigue lamiendo las heridas producidas por cada una de sus caídas.
Desde aquí, sólo decir a aquellos que sangran al Real Oviedo, que nunca olviden que tanto esa sangre, como la de los miles de aficionados que tiene a sus espaldas, es y siempre será, sangre azul.
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